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Los espejos no tienen memoria. Sólo reproducen al sujeto cuando éste se halla presente; flotan vacíos e inútiles cuando nadie se mira en ellos. Es comprensible que los humanos quisieran y acertaran a reproducir su imagen de modo que ésta permaneciera también en su ausencia. Una ausencia que puede ser debida a la distancia física o –tarde o temprano- a la distancia temporal, a la muerte.

 

Belén Altuna  

 

 


    Nuestra identidad es vulnerable y en el camino vamos dejando jirones de ella en forma de huellas, sombras y reflejos, que nos remiten irremediablemente a corroborar la presencia de un doble que en apariencia se corresponde con nosotros mismos. De este doble es imposible desembarazarse y todos los continentes participan de su lógica con equivalentes en la mayoría de las lenguas: raphaim hebreo, ka egipcio, genius romano, el frevoli o fravashi persa, etc. El proyecto Dualidad(es) de Arturo Méndez, trata en cierta forma de dar corporeidad a ese doble, o más exactamente, a la paradoja que el doble implica, es decir: “la de ser a la vez él mismo y lo otro”, tal y como señala Clemént Rosset . Pues no podemos olvidar cómo la representación implica siempre una ruptura, una escisión de lo que se quiere representar. En este caso, los cuerpos que nos encontramos en los fumages de Méndez, son cuerpos desdoblados de humo, que se revelan como sujetos reales desde el momento que sus respectivas improntas prueban su auténtica existencia. Estas presencias reales, que confirman la ausencia de un sujeto, tratan de representar la identidad personal que desconocemos, aquella que se nos presenta “como una ilusión total y al mismo tiempo perseverante” . Curiosamente, si bien su lectura es más abstracta en determinadas obras de la exposición, e incluso espectral, estas imágenes mediadoras entre el cuerpo real y el cuerpo representado, se manifiestan como verídicas, como calcos de lo real. Así, los fumages de Dualidad(es) son metáforas de la identidad contemporánea; señales de esa escisión del individuo que trata de atraparse en imágenes con el fin de conocer algo más de él y al mismo tiempo generar más interrogantes que respuestas sobre su identidad. Por ello, técnicamente, no es casual el uso de un material tan efímero y volátil como el humo. Sus características connotativas, junto con el hecho de que el artista lo conserve en el tiempo a través de las representaciones antropomórficas que crea, nos hablan tanto del contacto como de la pérdida. Del mismo modo, la carne que mancilla la capa de humo negro dejando su rastro en el soporte, y aquella que el artista recrea y da forma a partir de la llama de la antorcha, se nos escapan. No obstante su existencia queda sellada a través de los cuerpos femeninos y masculinos que empuja Méndez contra la melamina, que actúan como una especie de exvotos protectores de los sujetos implicados. 
    La combinación de las distintas partes del cuerpo y sus improntas nos llegan como pruebas orgánicas, lejos del ruido del espectáculo de la intimidad virtual y de las performances de Yves Klein, Rachel Lachowicz o Cherly Donegan. Tales huellas provocan así el nacimiento de unas formas, pero al mismo tiempo una subversión de su sentido.
   Los rostros que se abren entre las finas veladuras de humo nos reclaman, y buscan nuestra mirada para funcionar como dobles del sujeto que encarnan. Este efecto perturbador, a la vez que atrayente, se vuelve siniestro en el sentido freudiano del término; pues estos rostros, posiblemente familiares para algunos, se tornan impenetrables y distantes desde el momento que funcionan de manera independiente y se alejan del cuerpo que representan. ¿Quiénes son? ¿Quiénes pretenden ser? ¿Podría ser yo? Las respuestas a estas cuestiones podríamos encontrarlas en ese cara a cara del rostro del que habla Emmanuel Lévinas, donde existe una designación y una reclamación que conciernen al yo, que nos conciernen . Como si la muerte invisible encarada por el rostro del otro fuese asunto nuestro, como si esta muerte tuviese que ver con nosotros. Este reconocimiento de uno mismo en el otro es más certero que nuestra propia identidad, y así lo subrayan constantemente las obras de Arturo Méndez, pues no olvidemos que “ser uno mismo” coincide la mayoría de las veces en “hacerse pasar por otro”. Por lo tanto, la búsqueda del yo, de la identidad, está siempre en devenir.

 


Lorena Amorós, mayo de 2017
 

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   Una historia moral del rostro. Valencia: Pre-textos, p. 49.
   Véase Clemént Rosset (1993) Lo real y su doble. Ensayo sobre la ilusión. Barcelona: Tusquets, p. 20.
   Rosset, Clément (2007). Lejos de mí. Ensayo sobre la identidad. Barcelona: Marbot, p. 11.

   Véase Emmanuel Levinas (1993). Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro. Valencia: Pre-textos.

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