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          La necesidad del ser humano de dotarse de una identidad que le ayude a ubicarse en la sociedad, evidencia la artificialidad de esa construcción –idealizada- que poco tiene que ver con lo real, entendiendo por lo real y siguiendo a Hal Foster (1955) en El retorno de lo real (1996), aquello que se acerca a lo obsceno, a una representación sin escenario, sin velos protectores. El proyecto El Vuelo de la Mosca trata en cierta forma de analizar estos conceptos desde categorías estéticas que abarcan lo siniestro, lo grotesco y “lo abyecto”.

          Cuando hablamos de identidad -asunto muy discutido desde la Antigüedad-, tratamos un concepto que deambula por el terreno de la ambigüedad y nos enfrenta a ese afán del ser humano por duplicar el mundo mediante representaciones ilusorias del mismo. Precisamente de esto, se ocupa la obra del filósofo francés Clément Rosset (1939-2018), el cual define una hipotética “identidad personal” como un "yo pre-identitario", una identidad fantasmagórica, primera y anterior a la identidad social en la que se refleja el verdadero y auténtico yo. Así, las obras que componen este proyecto tienen su origen en el impulso de reflejar una realidad que nos resulte incómoda a la vez que familiar y cercana. Todo esto, mediante una visión del cuerpo humano perturbada y violentada por la insignificancia de la mosca: animal que habita nuestros hogares, nuestra intimidad; insecto que forma parte de nosotros a la vez que proyecta una serie de connotaciones negativas tales como la suciedad, la podredumbre o incluso la muerte.

    

          El proyecto El Vuelo de la Mosca trata de poner en evidencia la duda, dejando de lado la apariencia de las formas para acentuar aspectos más crudos de lo que conocemos y nos es familiar. Se trata, tal y como expone Mario Perniola (1941-2018) en El arte y su sombra (2002), de “proporcionarnos una percepción más fuerte e intensa de la realidad” desde una práctica perturbadora en la que se entremezclan factores como repulsión y atracción y donde las categorías de la abyección y el asco juegan un papel primordial.

          Así, en las obras que componen esta exposición podemos apreciar fragmentos del cuerpo junto a la figura de una mosca que ocupa su lugar en cada uno de estos retales. De este modo, la visión del cuerpo se encuentra perturbada por la insignificancia de estos dípteros alados cargados de connotaciones generalmente negativas en Occidente. La mosca hace alusión a lo cotidiano y al hogar, pero también a la podredumbre, a la suciedad, a la decrepitud y a la muerte. Su figura en el arte se hizo popular en pinturas del S.XV y S.XVI, incorporándola en bodegones y vanitas con un claro significado: la fragilidad y fugacidad de la existencia.

          La construcción –casi obsesiva- de estas obras pretende recordarnos que todo aquello que opera sobre la superficie es oscuro, cruel e –indigesto-, lo que nos aproxima a la idea de abyección que define Julia Kristeva en su libro Poderes de la Perversión (1988) como aquello que, siento natural e íntimamente ligado al sujeto, es censurado por el ejercicio del poder y la sociedad. En palabras de Kristeva, lo abyecto es “aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas”. De este modo, lo abyecto se revela ante la forma de control del orden social que actúa sobre características propias del ser humano, sobre su condición natural, estableciendo los límites entre lo propio del hombre y lo animal.

                                                       

                                                                                                                   Arturo Méndez, abril de 2019

 

Rosset, Clément (2007). Lejos de mí. Ensayo sobre la identidad. Barcelona: Marbot, p. 12.

Perniola, Mario (2002). El arte y su sombra. Madrid: Ediciones Cátedra, p. 18.

Kristeva, Julia (1988). Poderes de la Perversión. México: Siglo XXI Editores, p.11.

 



 

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